jueves, 17 de octubre de 2013

Maravilla americana.

Siempre es de gran interés analizar las interferencias culturales de una nación o sociedad, la construcción de todo un cuerpo simbólico en constante hibridación, en un perpetuo acto resignificativo que producirá determinada tradición y ciertos hábitos de comportamiento, perspectivas de vida y de funcionamiento social que se verán reflejados a través de las artes. Pero más interesante aún es contemplar ese lado enigmático donde se originan las diversas realidades de los hombres, ese lado misterioso que moldea las cosas antes de ser concretizadas, la imaginación. Pupo plantea en su texto titulado La vocación literaria del pensamiento histórico de América las formas imaginarias que han construido una determinada naturaleza del conocimiento histórico (15-22). Contempla el discurso en sus múltiples refracciones y posibilidades semánticas sin reducirlo al utilitarismo y nivel informativo que suponen una lectura literal de la obra, y a la que por mucho tiempo el discurso histórico se ha visto atado. Al apreciar esa gama de significados, a través de las descripciones y literariedad de los textos en general, la apreciación de las problemáticas sociales planteadas, del contexto de la obra y su cultura, será más exacta, pues su resonancia resulta más potente y artificiosa en la mente del receptor:
La fabulación no es simple placer verbal o intención decorativa […], sino que opera como jerarquía ordenadora; lo imaginado -por decirlo así- es entonces un instrumento que escinde y organiza las variantes […]. (37)

En este sentido, la materia imaginativa que podríamos calificar como “infralenguaje” también está presente en Maravilla americana de Miguel Cabrera y de una manera muy particular. Este infralenguaje se deja escuchar a través de las descripciones del texto, de un tono de voz “vocativo”, loable, y a través de la focalización interna -como veremos explicitados más adelante en un ejemplo-. La obra pretende consagrar el culto guadalupano en la cultura justificándolo “científicamente”, en el sentido de que es sometida por Cabrera y otros pintores ilustres a un riguroso examen de técnica, estilo, composición, materiales, etc., que contribuyeron a la creación de la pintura sobre la tilma de Juan Diego. El culto guadalupano es de gran importancia para fortificar la fe e iniciar el imperio del cristianismo por un lado,  y por otro, cumple una doble intención, ya que con el cambio supuesto de un politeísmo a un monoteísmo sobreviene una manera distinta de entender la realidad, no sólo la de su contexto histórico o presente inmediato, sino también la nuestra.
Luis Martín Almería, en su obra La imaginación poética, plantea cinco tradiciones imaginarias que refrendan una manera de ver el mundo y el tiempo (47-54). Con la obra Maravilla Americana, el autor sirve principalmente a la primera etapa del mundo representado, a la tradición. Esta esfera imaginaria plantea una mirada auroral, una mirada mística en el sentido de que se relaciona un microcosmos con un macrocosmos, y principalmente una idea del tiempo como un eterno retorno, un tiempo circular (60). En este sentido, el febril anhelo por consagrar la fe, la necesidad de ritualizarla e insertarla en la historia, en una línea cronológica obedece a la necesidad mayor de regresar a la intimidad y a un estado puro de las cosas, a la idea original que hemos olvidado por el mismo embiste de lo concreto, en éste caso, la prominente razón que da un lugar en el mundo a todas las cosas, una proporción y carga significativa, pero que a su vez, por el mismo hecho de ser nombradas y “colocadas” en el mundo, se va deteriorando, desgastándose. Por ello es necesario volver al origen vital, para recomenzar, y hacerlo no sin un objetivo o como preso de una monotonía, sino volver para poder resignificar lo dicho, y es aquí cuando el discurso histórico que teje la transición de la tradición se sirve del mito y rito, se sirve más de la materia imaginaria que de la racional. En este sentido la consagración de una verdad que pretende reforzar el dogma a través de una imagen, muestra la necesidad humana de dar evidencia terrena a lo divino.

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