El matadero es un cuento de Esteban Echeverría escrito entre 1838 y 1840,
época del gobierno de Juan Manuel de Rosas de Argentina, (1835-1852) y en el
que se muestra un enfrentamiento entre federales (organización voluntaria de
las provincias) y unitarios (representación de la burguesía) resaltando la
guerras regionales de 1828-1831 por la forma en que había de constituirse
políticamente el país.
Como sabemos, esta obra alberga un profundo espíritu
realista y naturalista, en el sentido de que denuncian un acontecimiento o
conflicto social con una excelsa fidelidad a lo real, partiendo de la premisa,
como lo dice Balzac en la Comedia humana en 1833, que el “ambiente” y
“herencia” determinan al individuo, así como la institución de la experiencia
en los fenómenos sociales presentados (naturalismo) con el fin de alcanzar un
perfeccionamiento de las estructuras sociales a través de la posesión de las
leyes que rigen la sociedad. Este determinismo, se nos presenta de diversas
maneras en la obra a pesar de ser un texto clasificado como realista. Que para
empezar no podría ser naturalista ya que esta teoría es promulgada hasta 1880
por Emile Zolá en el prólogo a su novela Therese
Raquin. El carácter naturalista del matadero se muestra en su estructura.
A lo largo del
cuento Echeverría nos lleva al punto inmediatamente sin detenerse en aspectos
que pudieran funcionar como recreativos para el lector. Es decir, que sus descripciones
no tienen una función ornamental del texto, sino una ideológica y significativa
que acreditan el carácter denunciatorio del mismo.
Sus descripciones se centran en el ambiente
sanguinario del matadero; inmediatamente nos muestra esa realidad a modo de
cuadros y nos planta en ella sin reparo alguno, y además, dicha realidad o
acontecimiento nos es mostrada como un mal recuerdo y un pasado aún tangible cuyo eco de desencanto
de toda una generación (posrevolucionaria) ante el proceder de las
instituciones políticas, como instauradoras de una moral en la sociedad, se
deja ver por el tono narrativo de disgusto y enfado. El narrador como un
portavoz de la sociedad marginada. Este
determinismo implícito, en cuanto a que las estructuras políticas determinan la
moral social, es lo que hace a la obra
naturalista. Tal determinismo está marcado principalmente, por el modo
descriptivo taxonómico dimensional del que nos habla Luz Aurora Pimentel en El relato, ya que aborda el problema
social desde tres posturas:
Primero desde una mirada horizontal, a la cual
corresponde una perspectiva histórica de la vida. Una manera de entender
nuestra vida como un trayecto, sincrónica y temporalmente y que es objetificada
(o figurativizada) en la obra con la descripción del río de la plata y su
provincia. Luego desde una postura vertical en un sentido negativo: cuando
describe la majestuosidad institucional de la iglesia y el poder del matadero
como un signo de ferocidad y primitivismo; ambiente que evoca a través de la
caracterización (o “iconización”) de sus edificios, y luego, entendida
positivamente, en cuanto a que dicha perspectiva pudiera reflejar nuestra
tendencia inconsciente hacia lo divino, a las alturas, hacia un progreso, que
podría empatar con cierto guiño de esperanza del texto. Es decir, con la
conciencia naturalista del texto hacia un progreso y mejoramiento de la sociedad.
Y finalmente, uno prospectivo, que corresponde a la psicología y comportamiento
de los provincianos, refiriéndose principalmente a los federales. Tales
enfoques los podemos observar a través del modelo taxonómico dimensional de
Pimentel, como se ve en los siguientes ejemplos:
(a) Plano horizontal.
Sucedió, pues, en aquel tiempo, una
lluvia muy copiosa. Los caminos se anegaron; los pantanos se pusieron a nado y
las calles de entrada y salida a la ciudad rebosaban en acuoso barro. Una
tremenda avenida se precipitó de repente por el riachuelo de Barracas, y se
extendió majestuosamente sus turbias aguas hasta el pie de las barrancas del
alto. El Plata creciendo embravecido empujó esas aguas que venían buscando su
cauce y las hizo correr hinchadas, sobre campos, terraplenes, arboladas,
caseríos […].
(b) plano
vertical.
La ciudad circunvalada del norte al este
por una cintura de agua y barro […], echaba desde sus torres y barrancas
atónitas miradas al horizonte como implorando misericordia al altísimo.
(c) plano
prospectivo.
Los predicadores atronaban el templo y
hacían crujir el púlpito a puñetazos. Es el día del juicio!, decían, el fin del
mundo está por venir […]. Las pobres mujeres salían sin aliento, anonadadas del
templo, echando, como era natural, la culpa de aquella calamidad a los
unitarios.