sábado, 23 de noviembre de 2013

El Naturalismo del matadero ("Death Squills").

El matadero es un cuento de Esteban Echeverría escrito entre 1838 y 1840, época del gobierno de Juan Manuel de Rosas de Argentina, (1835-1852) y en el que se muestra un enfrentamiento entre federales (organización voluntaria de las provincias) y unitarios (representación de la burguesía) resaltando la guerras regionales de 1828-1831 por la forma en que había de constituirse políticamente el país.
Como sabemos, esta obra alberga un profundo espíritu realista y naturalista, en el sentido de que denuncian un acontecimiento o conflicto social con una excelsa fidelidad a lo real, partiendo de la premisa, como lo dice Balzac en la Comedia humana en 1833, que el “ambiente” y “herencia” determinan al individuo, así como la institución de la experiencia en los fenómenos sociales presentados (naturalismo) con el fin de alcanzar un perfeccionamiento de las estructuras sociales a través de la posesión de las leyes que rigen la sociedad. Este determinismo, se nos presenta de diversas maneras en la obra a pesar de ser un texto clasificado como realista. Que para empezar no podría ser naturalista ya que esta teoría es promulgada hasta 1880 por Emile Zolá en el prólogo a su novela Therese Raquin. El carácter naturalista del matadero se muestra en su estructura.
            A lo largo del cuento Echeverría nos lleva al punto inmediatamente sin detenerse en aspectos que pudieran funcionar como recreativos para el lector. Es decir, que sus descripciones no tienen una función ornamental del texto, sino una ideológica y significativa que acreditan el carácter denunciatorio del mismo.
Sus descripciones se centran en el ambiente sanguinario del matadero; inmediatamente nos muestra esa realidad a modo de cuadros y nos planta en ella sin reparo alguno, y además, dicha realidad o acontecimiento nos es mostrada como un mal recuerdo y  un pasado aún tangible cuyo eco de desencanto de toda una generación (posrevolucionaria) ante el proceder de las instituciones políticas, como instauradoras de una moral en la sociedad, se deja ver por el tono narrativo de disgusto y enfado. El narrador como un portavoz de la  sociedad marginada. Este determinismo implícito, en cuanto a que las estructuras políticas determinan la moral social, es lo que  hace a la obra naturalista. Tal determinismo está marcado principalmente, por el modo descriptivo taxonómico dimensional del que nos habla Luz Aurora Pimentel en El relato, ya que aborda el problema social desde tres posturas:
Primero desde una mirada horizontal, a la cual corresponde una perspectiva histórica de la vida. Una manera de entender nuestra vida como un trayecto, sincrónica y temporalmente y que es objetificada (o figurativizada) en la obra con la descripción del río de la plata y su provincia. Luego desde una postura vertical en un sentido negativo: cuando describe la majestuosidad institucional de la iglesia y el poder del matadero como un signo de ferocidad y primitivismo; ambiente que evoca a través de la caracterización (o “iconización”) de sus edificios, y luego, entendida positivamente, en cuanto a que dicha perspectiva pudiera reflejar nuestra tendencia inconsciente hacia lo divino, a las alturas, hacia un progreso, que podría empatar con cierto guiño de esperanza del texto. Es decir, con la conciencia naturalista del texto hacia un progreso y mejoramiento de la sociedad. Y finalmente, uno prospectivo, que corresponde a la psicología y comportamiento de los provincianos, refiriéndose principalmente a los federales. Tales enfoques los podemos observar a través del modelo taxonómico dimensional de Pimentel, como se ve en los siguientes ejemplos:

 

(a) Plano horizontal.
Sucedió, pues, en aquel tiempo, una lluvia muy copiosa. Los caminos se anegaron; los pantanos se pusieron a nado y las calles de entrada y salida a la ciudad rebosaban en acuoso barro. Una tremenda avenida se precipitó de repente por el riachuelo de Barracas, y se extendió majestuosamente sus turbias aguas hasta el pie de las barrancas del alto. El Plata creciendo embravecido empujó esas aguas que venían buscando su cauce y las hizo correr hinchadas, sobre campos, terraplenes, arboladas, caseríos […].

(b) plano vertical.
La ciudad circunvalada del norte al este por una cintura de agua y barro […], echaba desde sus torres y barrancas atónitas miradas al horizonte como implorando misericordia al altísimo.

(c) plano prospectivo.

Los predicadores atronaban el templo y hacían crujir el púlpito a puñetazos. Es el día del juicio!, decían, el fin del mundo está por venir […]. Las pobres mujeres salían sin aliento, anonadadas del templo, echando, como era natural, la culpa de aquella calamidad a los unitarios. 

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