Este primer capítulo de La voz y su huella, Martin Lienhard presenta los planteamientos generales del libro, e introduce los temas relacionados a la escritura, el poder y la oralidad, que a continuación se presentan.
Para el crítico suizo, el trastorno radical que impactó la vida social, política, económica y cultural de los habitantes americanos con la irrupción de los europeos, halla en la valoración extrema de la notación o transcripción gráfica del discurso de poder, la mayor innovación impuesta en la esfera de la comunicación.
El término fetichización, que tanto utiliza, responde al prestigio y la eficacia casi mágica que los españoles atribuyeron a la escritura; y que está presente en las dos prácticas que comprende dicho proceso: una político-religiosa y otra jurídica o notarial. La producción de documentos coloniales evoca al poder militar, religioso, lingüístico y tributario, como en el Códice Tepetlaoztoc. El “fetichismo de la escritura” se manifiesta en el “papel” siempre decisivo del escribano, quien desempeña la función de preservar el control metropolitano sobre las empresas colonizadoras, como ojo y memoria del rey. El “escritor” o escribano colonial, es productor de un discurso político-religioso más que creador de discursos ficcionales o especulativos.
En un segundo apartado, sobre escritura y poder, Lienhard analiza la relevancia de la innovación "técnica" en la esfera de la comunicación. “La imposición de la escritura europea en tanto que vehículo oficial, exclusivo, de la comunicación político-diplomática, determina, [...] no tanto un cambio técnico en la operación tradicional, sino la aparición de una nueva práctica.”
Es aquí donde plantea un estudio de algunos "sistemas de notación autóctonos" o "sistemas gráficos de notación", los cuales permiten la confrontación analítica más fecunda con el sistema gráfico europeo, y expone a los kipu y a los glifos como soluciones adaptadas, a la concepción de escritura como "cada conjunto (finito y numerable) de signos en el cual se asocian, a los elementos gráficos, significados distintos y explicitables por la comunidad”.
Lienhard también desarrolla algunas ideas sobre la oralidad, al afirmar que "[l]os documentos plásticos o gráficos no transcriben el movimiento de la inteligencia discursiva del hombre”, lo cual se puede poner en tela de juicio. Asegura que la dinámica del discurso humano “se desarrolla bajo el signo de la oralidad”, sin embargo "la clasificación plástica o gráfica, permite el desarrollo de una actitud más reflexiva frente a la historia, la sociedad, el mundo.”
Por último, plantea el tema sobre la violencia de la escritura. Resalta que al carecer de conocimiento acumulado, "los habitantes autóctonos del continente ‘descubierto’ por Colón tuvieron que recurrir en un primer momento, para clasificar a los intrusos, a la idea mítica de retorno de alguna divinidad.” El documento ‘escrito’ representa un poder imperial, cuyas ambiciones fueron favorecidas por las características técnicas del alfabeto. La escritura “confirmó y volvió imborrables todos los actos y las decisiones de la nueva autoridad.” Para Lienhard, la escritura, como instrumento de ejercicio totalitario, implica en estado puro violencia política. Concluirá entonces, que la imposición arbitraria de la escritura alfabética está lejos de “importar un simple cambio técnico en la esfera de la comunicación autóctona", y no constituye ni siquiera una substitución técnica. La irrupción de la cultura gráfica europea “fue acompañada por la violenta destrucción de los sistemas antiguos.” También esta última afirmación tendría que ser matizada y contrastada con el texto y las evidencias que presente Serge Gruzinki.
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