En sus primeras palabras, Juan Montalvo sitúa a su lector
inmediatamente en una escena que recuerda a los cuentos de terror de Poe. El
clima amenaza al protagonista en forma de una tormenta impía, silba el viento
alguna melodía terrible, las sombras se confunden con los abismos del entorno,
etcétera.
El narrador en primera persona se refugia en una posada tan tétrica (o más aún) que el exterior; aquí empieza lo interesante.
Dicho desde la boca del dueño del lugar, inicia el relato de Gaspar Blondín que, mezclando lo macabro y el misterio de la hechicería, lleva al lector a través de diversas escenas fantásticas construidas sobre rumores del personaje que titula la obra.
La conclusión del cuento es lo que me remitió particularmente a la narrativa de Poe. La sorpresa final que deja al lector dudando sobre la naturaleza fantástica del relato de Blondín.
¿Era todo un rumor malintencionado, creado por un tendero que en algo debía gastar su tiempo?
¿O sí murió ahorcado, y el visitante final es tan infernal como los tratos que hacía su mujer?
¿Quién, o qué, es Gaspar Blondín?
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