Una de las cuestiones que ha causado interés entre
los estudiosos de Sor Juana, específicamente de la obra que nos ocupa, es la
alusión al tocotín. El diccionario de Autoridades de la Real Academia de la Lengua Española lo define como “Antigua danza
popular y canto que la acompaña” señalando que es algo exclusivo de México. De ésta, conocida también como “mitote” o “danza azteca festiva”, se conoce su
existencia y su práctica como celebración en honor a un dios debido a su
inclusión en las obras dramáticas de la Colonia (Hanrahan 51). Thomas Hanrahan
nos cuenta que el primer texto donde se menciona dicha fiesta es Auto y Triunfo de la Virgen y Gozo Mexicano
(1620), de Francisco Bramón. En él detalla las características de la danza e
incluye cada uno de los instrumentos utilizados, describiendo el material del
que están hechos. Citando a Bramón, menciona que el término “tocotín” ya es de
uso español, pues entre los mexicanos era llamada “netotiliztle”. El mismo, la
define como: “danza que para relación o escrita no tiene gracia y donaire, que
le comunican aquellos que diestramente deleitan en ella con sus agradables
vueltas, reverencias, entradas, cruzados y paseos,…” (52). Con ello nos
percatamos de que se trataba de una danza que se caracterizaba por el baile
circular, dentro de cuyas marcas cíclicas se realizaban determinadas
reverencias.[1]
La cuestión del baile circular ya revela una asociación entre dicha ceremonia y
el ciclo agrario. Es decir, la relación entre un ser supremo, la vida humana y
la fertilidad de la tierra. Esto implica la cosmovisión de la cultura mexicana
en la que existía una integración de dios y el hombre respecto a la naturaleza,
como ya vimos anteriormente. Dicha circularidad de la vida, representada en los
rituales teocráticos permanecerá en las fiestas posteriores, las cristianas.
Mas, antes de ahondar en ello, veamos cómo se manifiesta dicho fenómeno en el Auto de Sor Juana.
Estructuralmente ya se encuentra una construcción cíclica,
puesto que comienza con la canción y baile alusivo al Dios de las Semillas y
termina con el mismo. Además, este canto repetitivo que funciona como
estribillo de los versos, marca ya un ritmo, siento la repetición característica
de la circularidad. La autora de la Loa,
que utiliza la referencia al tocotín como introducción, dota al texto de un
tinte festivo y alegre.
¡Dad a vuestras venas
La sangre más fina
Para que, mezclada,
A su culto sirva;
Y en pompa festiva,
Este Dios de las Semillas es Huitzilopochtli, a quien le
construían una estatua con forma de hombre a base de todo tipo de semillas
cultivadas en aquella región, durante la fiesta Tóxcatl, fiesta que se hacía en
honor al mismo, donde se preparaban distintos platillos, realizaban sacrificios
y danzas para venerarlo. Con ello buscaban –además de mantener contento a su
dios– que las cosechas perduraran durante todo el año.[2]
Mi comentario a esta entrada va en la segunda parte, donde (igualmente) copiaré lo que te escribí en tu ensayo.
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